Hoy en día, muchos países están promoviendo medidas de eficiencia energética (EE) como parte de su estrategia energética. Entre los objetivos buscados con estas acciones se está produciendo una disociación entre el crecimiento económico y el consumo de energía, reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles como fuente de energía primaria y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. La medición de los efectos directos, indirectos y de los beneficios compartidos de los programas de EE es crucial. Sin embargo, en la literatura y la práctica actual, las evaluaciones de los programas de EE se han centrado en impactos directos (es decir, impactos cuyos ahorros de energía pueden cuantificarse directa e instantáneamente) debido a su objetividad y simplicidad para poner las evaluaciones en un marco de costo-efectividad.